-Vendo mi utopía-, dijo el señor diminuto. Pero ella no escuchó, realmente ni lo vio extasiada como estaba con esas seis letras que tenía enfrente. Tampoco distinguió los quejidos y ruegos de auxilio del personaje aplanado bajo sus pies. O quizá sí, quien sabe, pero hizo caso omiso, pues su sonrisa ocupaba en ese momento toda la acera.
Hace años alguien llegó a definirme como un utópata, un "adicto a la utopía". ¿Habré encontrado al fin al dealer que me suministre esos gramos de mi dosis diaria?
ResponderEliminarPara bien o para mal, estoy repleta de esa "sustancia" tan esencial para la vida y tan poco cultivada hoy, -la utopía-, y como no tiene precio, y es inagotable puedes tomar la que quieras. No tiene efectos secundarios. Aunque se ruega compartirla.
ResponderEliminarSaludos Gabo.
Quiza ella no era consciente de sus actos e involuntariamente pisó la sombra del señor diminuto,¿o solo pretendía apoderarse de su utópía? Me quedaré con la duda. Saludos Orlando.
ResponderEliminarMi interpretación, -aunque habrá otras-, es que el personaje que ella creó era un negociante que lo vendía absolutamente todo, hasta la utopía, cosa innegociable, por lo que prefirió aplastarlo, y darle su merecido, jajaja. Gracias por comentar Jesús. Un beso.
ResponderEliminarla meta y el áfan de una conciencia polar es superar su condición de incompleta determinada por el tiempo y volver a estar completa, es decir, sana.
ResponderEliminarTodo camino de salvación lleva de la polaridad a la unidad.Maravilloso microrrelato.